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El judaísmo nos pide que honremos el ritmo de la vida humana, las exigencias de la comunidad humana que nos rodea, la llamada del orden divino como filtro y escala de las decisiones que impulsan nuestras pequeñas vidas. Nosotros no gobernamos el universo, nos recuerda el judaísmo. Dios lo hace. No somos su estándar ni sus normas. Sólo somos sus guardianes, sus agentes, sus administradores. Hacer lo correcto para el universo en general es la medida de una felicidad enmarcada con todo el cosmos en mente, pero vivida en microcosmos a través del tiempo.