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Si alguien se atreviera a afirmar que el Pontífice se ha equivocado en tal o cual canonización, diremos que es, si no un hereje, al menos un temerario, un dador de escándalo a toda la Iglesia, un insultador de los santos, un favorecedor de aquellos herejes que niegan la autoridad de la Iglesia en la canonización de los santos, saboreando la herejía al dar a los incrédulos una ocasión para burlarse de los fieles, el afirmador de una opinión errónea y susceptible de penas muy graves.