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Una vez encargué dos mil mariquitas al centro de jardinería local y las solté en el atrio. Esparcí semillas de caléndula en los ficus y puse peces dorados en la fuente del vestíbulo. Eran cosas que hacía sin consecuencias, sin repercusiones. Mis diecinueve detenciones fueron por respuestas inteligentes y por no hacer los deberes. No hay castigo equivalente por hacer del mundo un lugar más extraño.