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No tengo oído para la música. Cuando asisto a un concierto, me esfuerzo por seguir la secuencia y la relación de los sonidos, pero no puedo mantenerlo más de unos minutos. Las impresiones visuales, los reflejos de las manos en la madera lacada, una calva diligente sobre un violín, toman el relevo, y pronto me aburro soberanamente con los movimientos de los músicos.