Me encanta New York. Me ha aportado mucho como diseñadora. Cuando me mudé aquí, quise aprovechar inmediatamente el glamour de la ciudad. Más que en ningún otro sitio, New York se ofrece a sí misma: llegas y te da un subidón en un instante. Es deslumbrante. Mires donde mires, hay decoración, desde un par de zapatos con joyas incrustadas en el escaparate de Bergdorf Goodman hasta el edificio Chrysler. Y New York es increíblemente democrática. Todo el mundo se agolpa en este pequeño espacio. Te enfrentas a todo tipo de gente, y eso me encanta.