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  • Quita la prosperidad material; quita los altibajos emocionales; quita los milagros y la sanidad; quita la comunión con otros creyentes; quita la iglesia; quita toda oportunidad de servicio; quita la seguridad de la salvación; quita la paz y la alegría del Espíritu Santo... ¡Si! Quítenlo todo, todo, lejos, muy lejos. ¿Y qué queda? Trágicamente, para muchos creyentes no quedaría nada. Porque, ¿llega tan hondo nuestra fe? ¿O tenemos, en definitiva, un cristianismo sin cruz?