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Así que, por supuesto, hagamos un programa de televisión rápido y largo, aunque el anuncio tenga que ser emitido por un hombre con bata blanca y un estetoscopio colgado del cuello, vendiendo pastillas de cornezuelo. Al fin y al cabo, el público tiene derecho a lo que quiere, ¿no? Los romanos lo sabían e incluso ellos duraron cuatrocientos años después de empezar a pudrirse.