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El ayuno no es hambre corporal, sino elevación y pureza corporal. No es un cuerpo que tiene hambre y anhela comer, sino un cuerpo que se libera del deseo de comer. El ayuno es un tiempo en el que el alma florece y eleva al cuerpo con ella. Libera al cuerpo de sus cargas y lastres y lo eleva para que Dios pueda trabajar con él sin impedimentos para la felicidad de la entidad espiritual.