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Era octubre otra vez... un octubre glorioso, todo rojo y dorado, con mañanas suaves en las que los valles se llenaban de delicadas nieblas como si el espíritu del otoño las hubiera vertido para que el sol las drenara: amatista, perla, plata, rosa y azul humo. El rocío era tan intenso que los campos relucían como telas de plata y había montones de hojas crujientes en los huecos de los bosques de muchos tallos por los que correr con nitidez.