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  • Según el espíritu de esta época, el pecado supremo ya no es no honrar y dar gracias a Dios, sino no estimarse a sí mismo. La humillación de uno mismo, no la humillación de Dios, es el mal. Y el grito de liberación no es "¡Oh miserable de mí, quién me librará!", sino "¡Oh digno de mí, ojalá pudiera verlo mejor!".