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No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino de su propio interés. No nos dirigimos a su humanidad, sino a su amor propio, y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades, sino de sus ventajas. Nadie más que un mendigo elige depender principalmente de la benevolencia de sus conciudadanos.