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Y aunque los reformadores protestantes rompieron con Roma en diversos aspectos, el trato que dieron a sus semejantes no fue menos vergonzoso. Las ejecuciones públicas eran más populares que nunca: los herejes seguían siendo reducidos a cenizas, los eruditos eran torturados y asesinados por impertinentes muestras de razón, y los fornicadores eran asesinados sin ningún reparo.