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El mundo se encoge en torno a un núcleo bruto de entidades parsible. Los nombres de las cosas siguiéndolas lentamente hacia el olvido. Los colores. Los nombres de los pájaros. Cosas para comer. Finalmente, el nombre de las cosas que uno creía verdaderas. Más frágil de lo que hubiera pensado. ¿Cuánto había desaparecido ya? El lenguaje sagrado despojado de sus referentes y, por tanto, de su realidad. Reduciéndose como algo que intenta conservar el calor. A tiempo de apagarse para siempre.