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Por supuesto, nada de esto puede suceder para nosotros hasta que devolvamos nuestras vidas a Dios. No podemos conocer la alegría o la vida o la libertad de corazón que he descrito hasta que entreguemos nuestras vidas a Jesús y las entreguemos totalmente... Nos volvemos, y nos entregamos en cuerpo, alma y espíritu de nuevo a Dios, pidiéndole que limpie nuestros corazones y los haga nuevos. Y Él lo hace. Nos da un corazón nuevo. Y viene a habitar allí, en nuestros corazones.