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Han pasado diez años desde que muchos de nosotros sentimos por primera vez la sacudida de la historia, cuando el segundo avión se estrelló contra la Torre Sur del World Trade Center. Desde ese momento supimos que las cosas pueden ir terriblemente mal en nuestro mundo, no porque la vida sea injusta o el progreso moral imposible, sino porque hemos fracasado, generación tras generación, en abolir los delirios de nuestros ignorantes antepasados.