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Todas las veces, todas las muchísimas veces, que me había visto obligada a frustrar y reprimir mi propia naturaleza parecieron reunirse entonces, en aquel pasillo caluroso y lúgubre. Oí un ruido apresurado en mi cabeza y sentí una presión en el pecho, como la crecida de las aguas tras un dique endeble. Antes de darme cuenta de que lo había hecho, el plato de sopa se elevaba en mi mano como elevado por una fuerza sobrenatural. Luego, su contenido amarillo grisáceo corría por la cara regordeta de la enfermera.