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Todas las formas que Dios ha elegido para manifestar su gloria en la creación y en la redención parecen alcanzar su culminación en las alabanzas de su pueblo redimido. Dios gobierna el mundo con gloria precisamente para ser admirado, maravillado, exaltado y alabado. El culmen de su felicidad es el deleite que le producen los ecos de su excelencia en las alabanzas de los santos.