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Nunca ha existido un pueblo que no deba tener a alguien o algo que represente la dignidad del estado, la majestad del pueblo, llámese como se quiera: un dux, un aviador, un arconte, un presidente, un cónsul, un síndico; esto se convierte a la vez en objeto de ambición y disputa y, con el tiempo, de división, facción, sedición y rebelión.