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En gran medida, los ancianos de nuestra sociedad están marginados. Los ancianos son vistos como inútiles, obviados por la historia, anticuados, estorbosos. Así que, como es lógico, cuando alcanzamos la marca oficial de la vejez, se supone que debemos irnos suavemente a esa buena noche, salir del centro del escenario y ceder el protagonismo. La vejez también está rodeada de vergüenza: el mito de la impotencia y la incapacidad.