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Pero, ¿qué pasará aunque quememos las sinagogas de los judíos y les prohibamos públicamente alabar a Dios, rezar, enseñar, pronunciar el nombre de Dios? Seguirán haciéndolo en secreto. Si sabemos que lo hacen en secreto, es lo mismo que si lo hicieran en público, porque nuestro conocimiento de sus acciones secretas y nuestra tolerancia hacia ellas implica que, después de todo, no son secretas y, por lo tanto, nuestra conciencia se ve gravada por ello ante Dios.