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¿Permitiremos el declive de nuestra lengua, la lengua de Shakespeare, Shaw y Steinbeck? ¿Abusaremos de nuestro precioso don de la comunicación? ¿Morderemos nuestra lengua materna con los dientes de la indiferencia, aplastando las papilas gustativas de la claridad y, sin una pronta aplicación del antiséptico de la educación, provocando la gangrena de las metáforas forzadas? Levántate, América, y déjame oír tu respuesta: ¡De ninguna manera, amigo!