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Cuando las punzadas atraviesan nuestro cuerpo, y la espantosa muerte aparece a la vista, la gente ve la paciencia del cristiano moribundo. Nuestras enfermedades se convierten en el terciopelo negro sobre el que brilla con más intensidad el diamante del amor de Dios. Gracias a Dios que puedo sufrir. Gracias a Dios que puedo ser objeto de vergüenza y desprecio, porque así Dios será glorificado.