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Jesús nunca trató de ocultar su soledad y su dependencia de otras personas. No eligió a sus discípulos como siervos, sino como amigos. Compartió con ellos momentos de alegría y dolor, y pidió por ellos en tiempos de necesidad. Se convirtieron en su familia, su madre sustituta y sus hermanos y hermanas. Lo dieron todo por él, como él lo había dado todo por ellos. Les quería, simple y llanamente.