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Me gustan los impuestos sobre el carbono porque ya sabemos cómo aplicarlos. Ya disponemos de aparatos. Cuando hablamos de estas otras soluciones -como mil millones de toneladas de limaduras de hierro en el océano o poner parasoles entre nosotros y el sol- son enormes. No sabemos si funcionarán. No tenemos ni idea de cuáles podrían ser sus desagradables consecuencias. Y es poco probable que podamos aplicarlas.