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Mi método favorito de cifrado es trocear documentos revolucionarios dentro de un lío de código JPEG o MP3 y enviarlo por correo electrónico como una "imagen" o una "canción". Pero además de funcionalidad, el código también posee valor literario. Si enmarcamos ese código y lo leemos a través de la lente de la crítica literaria, descubriremos que los últimos cien años de escritura modernista y posmodernista han demostrado el valor artístico de disposiciones aparentemente arbitrarias de letras similares.