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Nos sentamos a contemplar el océano. Era tan grande que me dejaba sin aliento. Contemplar el océano me producía la misma sensación que cuando miraba un cielo lleno de estrellas: que era pequeño. Al igual que un problema matemático revela su innegable verdad, cuando miraba fijamente esa especie de infinito sabía que mi vida no contaba para nada. Y sabiendo eso, que no era más que una mota, me sentí muy afortunado por todo lo que tenía.