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Cuando me fui de casa a los dieciséis años me compré una pequeña alfombra. Era mi mundo enrollable. En cualquier habitación, en cualquier lugar temporal que tuviera, desenrollaba la alfombra. Era un mapa de mí misma. Invisibles para los demás, pero guardados en la alfombra, estaban todos los lugares en los que había estado, durante unas semanas, durante unos meses. La primera noche en un lugar nuevo me gustaba tumbarme en la cama y mirar la alfombra para recordarme que tenía lo que necesitaba, aunque lo que tenía era muy poco. A veces hay que vivir en lugares precarios y temporales. Lugares inadecuados. Lugares equivocados. A veces el lugar seguro no te ayuda.