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Los palestinos ya no culpaban a Yaser Arafat o a Hamás de sus problemas. Ahora culpaban a los israelíes de matar a sus hijos. Pero seguía sin poder escapar a una pregunta fundamental: ¿Por qué estaban esos niños allí en primer lugar? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Por qué sus madres y padres no los mantuvieron dentro? Esos niños deberían haber estado sentados en sus pupitres en la escuela, no corriendo por las calles lanzando piedras a soldados armados.