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Los seres humanos estamos hambrientos. Nos mueve el ansia de saber quiénes somos. Sin embargo, quiénes somos está incrustado en el corazón de un Dios santo. A menos que nos busquemos a nosotros mismos en el epicentro de la gracia de Dios, estaremos condenados para siempre a caminar por los áridos bordes de la autocomprensión.