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A veces nos encontramos con hombres inciviles, hijos de amazonas, que habitan en los senderos de las montañas y de quienes se dice que son inhospitalarios con los forasteros; cuyo saludo es tan rudo como el apretón de sus musculosas manos, y que tratan a los hombres tan poco ceremoniosamente como suelen tratar a los elementos. Sólo necesitan ampliar sus claros y dejar entrar más luz solar, buscar las laderas meridionales de las colinas, desde las que puedan contemplar la llanura civil o el océano, y moderar debidamente su dieta con los frutos de los cereales, consumiendo menos carne silvestre y bellotas, para llegar a ser como los habitantes de las ciudades.