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Hoy en día, por el contrario, el cristianismo se especializa en música ambiental de enfoque suave; sus amenazas del infierno, su exigencia de pobreza y castidad, su doctrina de que sólo unos pocos se salvarán y muchos se condenarán, han sido sustituidas por guitarras rasgueadas y sonrisas acarameladas. Se ha reinventado a sí misma tantas veces, y con una hipocresía tan pasmosa, en aras de conservar su dominio sobre los crédulos, que un monje medieval que despertara hoy, como el Sleeper de Woody Allen, no sería capaz de reconocer la fe que lleva el mismo nombre que la suya.