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Para escribir honestamente y con convicción algo sobre la migración de las aves, uno mismo debería haber migrado. De un modo u otro, deberíamos deshumanizarnos, sentir las plumas en el cuerpo y el viento en las alas, y saber por fin lo que es abandonar la abundancia, la seguridad y la luz del día y ceder a un instinto imperioso, ancestral, que en ese momento parece carecer de razón y objeto.