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Que pequeños hipócritas y medio locos se atrevan a imaginar que por su culpa se quebrantan constantemente las leyes de la naturaleza; tal aumento de toda clase de egoísmo hasta el infinito, hasta la impudicia, no puede ser tachado de suficiente desprecio. Y, sin embargo, el cristianismo debe su triunfo a este lamentable halago de la vanidad personal.