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De ahí que tales democracias hayan sido siempre espectáculos de turbulencia y contienda; se las ha considerado siempre incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad; y en general han sido tan cortas en sus vidas como violentas en sus muertes. Los políticos teóricos, que han patrocinado esta especie de gobierno, han supuesto erróneamente que al reducir a la humanidad a una perfecta igualdad en sus derechos políticos, serían, al mismo tiempo, perfectamente igualados y asimilados en sus posesiones, sus opiniones y sus pasiones.