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En el Cielo no hay deudas -todas han sido pagadas, de un modo u otro-, pero en el Infierno no hay más que deudas, y se exige una gran cantidad de pagos, aunque nunca se puede llegar a pagar todo. Hay que pagar, y pagar, y seguir pagando. Así que el Infierno es como una infernal tarjeta de crédito al límite que multiplica los cargos sin cesar.