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La mente humana muestra un impulso por plasmar en formas fijas mediante supuestos irreales, es decir, ficciones, aquello que es caótico, siempre en flujo e incomprensible. Al servicio de este impulso, el niño utiliza generalmente un esquema para actuar y encontrar su camino. Lo mismo ocurre cuando dividimos la tierra por meridianos y paralelos, pues sólo así obtenemos puntos fijos que podemos relacionar entre sí.