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Vengo de una larga estirpe de narradoras: mesemondok, viejas húngaras que cuentan sentadas en sillas de madera con sus carteras de plástico en el regazo, las rodillas separadas, las faldas tocando el suelo... y cuentistas, viejas latinas que de pie, robustas de pecho, anchas de caderas, gritan la historia al estilo ranchero. Ambos clanes cuentan historias con la voz llana de las mujeres que han vivido la sangre y los bebés, el pan y los huesos. Para ellas, la historia es una medicina que fortalece y enaltece al individuo y a la comunidad.