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El individuo fuerte ama tanto la tierra que anhela la recurrencia. Es capaz de sonreír ante el pensamiento más terrible: una existencia sin sentido, sin objetivo, que se repite eternamente. La segunda característica de un hombre así es que tiene la fuerza de reconocer -y de vivir reconociendo- que el mundo carece de valor en sí mismo y que todos los valores son humanos. Se crea a sí mismo forjando sus propios valores; tiene el orgullo de vivir según los valores que desea.