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Jesús tiene que ser y convertirse cada vez más en el centro de mi vida. No basta con que Jesús sea mi maestro, mi guía, mi fuente de inspiración. Ni siquiera basta con que sea mi compañero de viaje, mi amigo y mi hermano. Jesús debe convertirse en el corazón de mi corazón, el fuego de mi vida, el amor de mi alma, el esposo de mi espíritu. Debe convertirse en mi único pensamiento, mi única preocupación, mi único deseo.