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Lo que la historia nos enseña es que el hombre no cambia arbitrariamente; no se transforma a voluntad al oír las voces de profetas inspirados. La razón es que todo cambio, al chocar con las instituciones heredadas del pasado, es inevitablemente duro y laborioso; en consecuencia, sólo se produce en respuesta a las exigencias de la necesidad. Para que se produzca el cambio no basta con que se considere deseable; debe ser el producto de cambios dentro de toda la red de diversas relaciones casuales que determinan entonces la situación del hombre.