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Hubo un momento en mi adolescencia, cuando empezábamos a tocar en espectáculos más grandes y las mujeres corrían detrás de los autobuses de gira y todo eso, y mi madre -y lo recuerdo como si fuera ayer- me dijo: 'Mira, quiero que sepas que no podría estar más orgullosa de ti. Eres extraordinaria. Conmueves a la gente. Pero eso no te hace mejor que ellos. Sigues poniéndote los pantalones igual que ellos, una pierna cada mañana'. Pensé en aprender a saltar sobre ellos, sólo para molestarla. Pero lo que dijo se me quedó grabado, y creo que es verdad.