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Mis colegas críticos y yo podemos reprochar ocasionalmente a una película que se aparte, en detalle o en espíritu, de su fuente literaria, pero las quejas de unos cuantos pedantes adultos no son nada comparadas con la ira de varios millones de niños de 10 años aficionados a los libros. Sus presuntas exigencias, y el espíritu del creador de Harry, J. K. Rowling, inhiben esta película como lo hicieron con la primera de Potter.