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A este lado del Atlántico, la llegada de una nueva película de Woody Allen siempre es recibida con temblores de felicidad por los cinéfilos de más de 60 años, con leve curiosidad por los de 50, con inquietud por los de 40, con miedo y aversión por los de 30 y con total indiferencia por los más jóvenes. Icono de los baby boomers, que nunca admitirán que cuando algo se acaba, se acaba de verdad (Clapton, McCartney, Santana, los años 60), Allen no ha hecho una película verdaderamente memorable desde Balas sobre Broadway, allá por 1994.