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Satanás no puede crear nada nuevo, no puede crear nada en absoluto. Tiene que robar lo que Dios ha creado. Por eso tergiversa el amor y el maravilloso don divino del sexo, convirtiéndolos en lujuria, sadismo y una miríada de perversiones. Desfigura el profundo deseo del corazón de adorar a Dios y nos persuade para que nos inclinemos ante dioses menores de la lujuria, el dinero o el poder.