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Tanto la narrativa como la metafísica se vuelven endebles y frívolas si se aventuran demasiado lejos de la base de todo humanismo: la única y simple vida humana que todos más o menos llevamos, con sus crudos elementales de crianza y apetito, amor y competencia, el sol del bienestar y la inevitable noche de la muerte. Cada uno de nosotros vive esta historia. La ficción no tiene por qué avergonzarse de contar la misma historia una y otra vez, ya que todos, con infinitas variaciones, vivimos la misma historia.