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Empecé a sentir curiosidad por el arte. Leí sobre los dadaístas, los futuristas y los constructivistas, ese tipo de movimientos que reflejaban la angustia de la gente de su época. Sus obras intentaban liderar un movimiento. Empecé a pensar que lo que ocurría con la pintura en las calles y en los trenes era similar, pero que también procedía de un espacio real y puro. No lo creaban las academias. Era una combustión espontánea de ideas que simplemente sucedía.