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Más tarde, me daría cuenta de que la posición de la mayoría de los estudiantes negros en universidades predominantemente blancas ya era demasiado endeble, nuestras identidades demasiado confusas, como para admitirnos a nosotros mismos que nuestro orgullo negro seguía estando incompleto. Y admitir nuestra duda y confusión ante los blancos, abrir nuestra psique al examen general de quienes habían causado tanto daño en primer lugar, parecía ridículo, una expresión de odio a uno mismo, porque no había razón para esperar que los blancos vieran nuestras luchas privadas como un espejo de sus propias almas, en lugar de una prueba más de la patología negra.