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Los Estados del bienestar a ambos lados del Atlántico han descubierto que la generosidad con los perdedores no reduce su hostilidad hacia la sociedad, sino que la aumenta. Lejos de producir gratitud, la generosidad se ve como una admisión de culpa, y las reparaciones como compensaciones inadecuadas de las injusticias, lo que conduce a un empeoramiento del comportamiento de los receptores.