La educación superior no es sólo una inversión personal. Es un bien público que se traduce en una mano de obra más competitiva y en ciudadanos mejor informados y comprometidos. Cada año gastamos casi 100.000 millones de dólares en bienestar empresarial y más de 500.000 millones en gastos de defensa. Sin duda, garantizar que la próxima generación pueda competir en la economía global es al menos tan importante como las subvenciones a las grandes empresas y las aventuras militares en todo el mundo. De hecho, creo que podemos y debemos ir más allá: no sólo hacer que la educación superior pública sea gratuita, sino reinventar la educación en Estados Unidos tal y como la conocemos.