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Ahora bien, cuando los naturalistas observan una estrecha concordancia en numerosos pequeños detalles de hábitos, gustos y disposiciones entre dos o más razas domésticas, o entre formas naturales casi aliadas, utilizan este hecho como argumento de que todas descienden de un progenitor común que estaba así dotado; y, por consiguiente, que todas deben clasificarse bajo la misma especie. El mismo argumento puede aplicarse con mucha fuerza a las razas del hombre.